viernes, 1 de enero de 2010

Mike Oldfield - TUBULAR BELLS


1. Tubular Bells Part One (25:00)
2. Tubular Bells Part Two (23:50)

Ya tocaba. La cosa es que he esperado bastante antes de comentar este Tubular Bells, sobre todo pensando en lo mucho que se ha hablado ya sobre él, y temiendo que todo lo que yo pudiese aportar sería redundante. No debemos olvidar que estamos hablando del disco que lo empezó todo, el pionero (que no el primero) de los discos que convertirían a las llamadas “nuevas músicas” en un género propio, capaz de disputarse los primeros puestos en las listas de ventas. Además, Tubular Bells es uno de los cinco o diez discos más famosos y populares de todos los tiempos, en parte por lo que supuso musicalmente, en parte por su magnética portada a cargo de Trevor Key, que es todo un icono de la cultura popular.

Mike Oldfield en una fotografía de la época.

No seré breve, pero iré al grano. Mike Oldfield, un prodigioso multiinstrumentista, insultantemente autodidacta a sus 19 años y curtido en efímeras bandas underground, se encerró en algún sucio apartamento con una grabadora para crear la maqueta del que sería su disco de debut en solitario. Sucedió en 1972. Inspirado, según dicen, por una sinfonía de Sibelius –y seguramente por las obras de Terry Riley y Ralph Vaughan-Williams- desarrolló unas cuantas piezas de manera algo difusa. Había utilizado algunas de ellas en grabaciones con su grupo (el tema Why Are We Sleeping? De Kevin Ayers & The Whole World) y había compuesto otras prácticamente en su infancia. Ninguna productora se atrevía con aquel material tan extraño, hasta que el futuro multimillonario caprichoso Richard Branson le echó un cable. Fundando la hoy omnipresente Virgin Records, Tubular Bells fue el primer lanzamiento de la compañía (su número de catálogo es el 2001, no el 0001, en honor a la película de Stanley Kubrick, de la que Mike era fan) y el éxito internacional que la cimentaría. El disco fue grabado en un tiempo récord, en los estudios The Manor, teniendo que utilizar Mike Oldfield los ratos en que el lugar no había sido reservado para sesiones de otros artistas. Tuvo la gran ayuda del ingeniero de sonido Simon Heyworth.

Los estudios de The Manor ("La mansión").

Tras la puesta a la venta del LP en la primavera de 1973, fue presentado en directo en el Queen Elizabeth Hall, recibió críticas muy positivas y ya hubo buenas ventas; pero sería la inclusión de su tramo inicial en la película El Exorcista lo que lanzaría el disco al estrellato absoluto. Con estrellato absoluto me refiero a casi dos años en el número 1, 6 millones de copias vendidas en aquellos momentos, 15 o más millones de copias en el momento presente. Y las remasterizaciones/reediciones/regrabaciones a porrillo siguen engordando las cifras.

Fotografía de la portada del Mike Oldfield's Single, extraído de Tubular Bells.

Pero dejemos la enciclopedia a un lado y vayamos a la música. Tubular Bells consiste en dos largas piezas, una por cada lado del vinilo. La primera sería la “sinfonía” propiamente dicha, mientras que la segunda, menos comercial si cabe, se trata de una hilera de movimientos sabiamente interconectados que Mike Oldfield no quería dejar en el tintero. Tubular Bells Part One comienza con la melodía minimalista que todos hemos escuchado hasta hartarnos, la que la compañía Virgin vendió para El Exorcista sin permiso de Oldfield. El tema, que crece y progresa a cada paso, va atrapándonos, hipnotizándonos, sirviendo como una especie de pasadizo que nos prepara para lo que vendrá después: una fanfarria seguida de bonitas filigranas casi infantiles, ingenuas. Una estruendosa guitarra eléctrica irrumpe sin previo aviso, estridente y oscura, llevándonos por una serie de movimientos dubitativos que nos devuelven a la misma fanfarria triunfal de antes. Y a ésta le sigue una de mis partes favoritas, en la que suena la campana por primera vez, en una suerte de solemne adagio que, por si a alguien le cabían dudas a estas alturas, nos deja claro que estamos ante una obra de dimensiones colosales. Una cosa muy seria. A partir de aquí se suceden composiciones de todo tipo, unas rápidas, otras lentas, unas rockeras, otras más clásicas, unas oscuras y otras luminosas, hasta llegar a la parte en la que una voz conocida como El maestro de ceremonias (Vivian Stanshall, famoso artista británico de entonces) va presentando los instrumentos del disco uno a uno, en una épica melodía in crescendo -al estilo del Bolero de Ravel- que culmina con las campanas tubulares sonando a tutiplén. Termina la cara A con unas sencillas notas de guitarra a capella.


La famosa interpretación en directo de Tubular Bells Part One, en el programa de la BBC 2nd House.

Tubular Bells Part Two arranca con una pieza muy tímida, indecisa y algo misteriosa, que enlaza perfectamente con un tema más o menos folk en el que predominan las cuerdas. Este exquisito tema se va desarrollando largamente hasta alcanzar una de las partes más introspectivas de todo el álbum, la que según recuerdo compuso Mike siendo un crío. De aquí pasamos a unos hermosos coros que introducen una especie de sobria marcha militar en la que el sonido superpuesto de muchas guitarras llega a imitar al de varias gaitas, concluyendo todo ello con la aparición de la batería y un crudo tema en clave de rock “cantado” por una voz cavernosa, casi un largo eructo (inspirada en el Hombre de Piltdown, un supuesto eslabón perdido hallado en el Reino Unido que resultó ser un fraude). Tras esta tormenta bizarra llega la calma, la parte favorita del propio Oldfield, en la que varias guitarras son interpretadas de un extremo a otro del mástil en montones de cabriolas virtuosas y aéreas, logrando una atmósfera meditativa y onírica mediante un uso estremecedor del sonido estéreo. Concluye el disco, sorprendentemente, con una divertida versión del famoso tema tradicional marinero que se ha hecho famoso, por ejemplo, en los dibujos animados de Popeye.

La factura del disco es tan artesanal que, en algunas partes, podemos escuchar la respiración de Mike mientras toca la guitarra. También contiene dos o tres supuestos errores de afinación que el autor siempre ha querido corregir (lo hizo en la regrabación de 2003), pero es precisamente esta maravillosa imperfección lo que le da parte de su esencia. Tubular Bells no es un disco conceptual, puesto que no trata sobre ningún tema externo a la propia música; no es música clásica, porque en su práctica totalidad está interpretada con instrumentos del mundo pop-rock; no es música pop-rock, porque tiene estructura de composición clásica. Lo que es Tubular Bells es la demostración palpable del genio del que es capaz el casi siempre miserable ser humano, de nuestra capacidad para crear belleza de manera casi milagrosa aun cuando, como en el caso de aquel Mike Oldfield del ‘72, todo parecía estar en su contra: su personalidad inestable, la hostilidad de la industria, la relativa economía de recursos a su alcance a la hora de efectuar la grabación, la probable incomprensión del público…

Mike Oldfield y su arsenal de guitarras.

Tubular Bells es el triunfo ante la adversidad, un bastión perdurable de imaginación y talento, tan grande, tan enormemente grande que, aunque su prolífico autor llegaría con el tiempo a crear un par de obras que la superarían -musicalmente hablando-, seguramente nunca se atrevería ni a plantearse la posibilidad de realizar una hazaña de mayor calado en la cultura pop. Incluso si solamente tienes tres o cuatro discos en tu discoteca de casa, este tiene que ser por fuerza uno de ellos.

Fotografía de la contraportada.

Que nadie se pierda el vídeo oficial de 1973 que he puesto debajo (una rareza, nada que ver con El Exorcista, evidentemente), ni el single promocional (una remezcla). La remezcla realizada en 2009 por el propio Mike Oldfield, con una nitidez apabullante y un par de temas añadidos, puede escucharse en Spotify.

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